Siempre fue un estudioso del arte en España, y eso le había llevado a Calatayud en busca del mudéjar que a partir del XVI se van sustituyendo por las formas clásicas. Había visitado el famoso museo de la Dolores e incluso había participado en las fiestas de San Roque. A lo largo de sus veintisiete años de vida había recorrido la A2 desde Zaragoza a Madrid en multitud de ocasiones pero no fue hasta aquella mañana de octubre cuando llevado por la curiosidad de una reseña que había encontrado en internet, decía que en el km 233 dirección Madrid existía un área de descanso con unas vistas envidiables de la ciudad de Calatayud, esa ciudad que él tan bien conocía por haber pasado tanto tiempo en ella realizando estudios que le sirvieron para realizar su doctorado. También indicaba la reseña que el área de descanso disponía de unos servicios y un parking muy amplio en el que solía haber bastante gente. Así que aquella mañana de octubre al pasar por el punto kilométrico 233 puso el intermitente y entró al área de descanso para contemplar la vista de la ciudad desde otro punto de vista diferente al que había tenido hasta entonces.
Tal y como decía la reseña la vista de la ciudad era estupenda, fue reconociendo los innumerables monumentos que había estudiado en detenimiento en otra época y, tras apagar el cigarro que le había acompañado en sus recuerdos, se dio cuenta que en el amplio parking habían varios turismos y un poco más alejados dos camiones con sendos conductores apeados. Se dirigió al servicio pues necesitaba evacuar y estaba cerrado, así que decidió alejarse un poco y, tras desabrocharse los botones del pantalón, sacó apresuradamente su pene para expulsar todo el líquido que sus riñones habían filtrado. Poco a poco se fue dando cuenta de lo que allí ocurría y la sensación de realidad e incertidumbre le embargó de tal manera que sintió una necesidad grande de conocer a aquellos chicos que estaban en el aparcamiento, no a todos realmente se conformaba con uno pero el problema era que él nunca había intentado hacer cuadrilla con alguien fuera de los bares de ambiente o de los chat, de los cuales estaba escaldado de citas que nunca llegaban a producirse o de las mentiras que los usuarios daban de si mismos diciendo no como eran sino como les gustaría ser. Algunos amigos le habían comentado que en algunos lugares de las carreteras había acumulación de personas buscando sexo pero el, por prudencia y desconocimiento, nunca se había acercado a esos lugares. Vivía en Zaragoza y, si bien había oído hablar de los pinares de Venecia o del polígono Actur, siempre pensó que era algo que no era para él.
Pero allí estaba, en el parking de esa área de descanso junto a dos turismos, uno con un jovenzuelo y otro con un señor de mediana edad, y más allá se había quedado un transportista que ahora estaba fumando un cigarro mientras le miraba fijamente, contrariamente a lo que él pensaba esto no le creaba ninguna molestia, es más, elevaba su libido a cotas insospechadas. El transportista estaba quieto, sin moverse y los dos conductores habían comenzado a entablar una conversación tras la cual desaparecieron uno tras el otro quedándonos el conductor del camión y yo solos en esa inmensa área de descanso con unas vistas perfectas de Calatayud. El continuaba fumando y yo, más nervioso que otra cosa, no sabía bien que hacer pero sabiendo que quería conseguir. Aquí no había una barra donde pedir una copa ni una pantalla donde preguntar impunemente algo al interlocutor sin temer que sea mal recibido, ya se sabe que en los chat escribas lo que escribas al no tener entonación todo depende de cómo sea interpretado, tampoco había cuarto oscuro para que te siguieran así que era víctima de su inexperiencia. Esta inexperiencia le hacía moverse en círculo por los alrededores de su coche, círculos cada vez mayores de forma y manera que se acercaba cada vez más al estático conductor que, por la cara que tenía, parecía saber cuál era el fin de aquellas circunferencias. Aunque él no lo sabía, las condiciones para el conductor eran óptimas, estaban solos, tenía que hacer tiempo por la cosa del tacómetro y estaba algo salido porqué desayunando un tío le había puesto cachondo pero al estar rodeado de compañeros tuvo que irse con el rabo entre las piernas, así que de las cien papeletas el muchacho tenía 101, pero él no lo sabía y ese desconocimiento de la situación le daba a la misma un morbo que nunca había experimentado. El sabía que el conductor estaba esperando a que le diera una señal pero ¿qué tenía que hacer? Siempre hay una primera vez para todo, pero quizá no fuese el momento mejor para no tener experiencia. Tras dudar un rato y con el miedo de que se marchase y se quedase compuesto con su historia mental pero sin conseguir airear su pene nada más que con el pis que había hecho las ganas de descubrir lo que aquel hombre tenía escondido le dieron las fuerzas suficientes para, como no, pedirle fuego. A partir de ahí todo fue de corrido, el transportista rápidamente entabló conversación, curiosamente sobre arte cosa que a nuestro protagonista le vino de perlas, y tras comentar la impresionante portada del siglo XV de Santa María la Mayor, dejando al chico perplejo que un conductor de camión supiera tanto de arte y haciéndole pensar que podría trabajar de transportista ya que, para su regocijo, el transportista era, como él, de letras pero no sólo de letras sino que al final, tras unos comentarios sobre el inmenso parking y la pregunta del muchacho del porqué estaba cerrado el aseo que, sin saberlo, le entregó en bandeja al transportista el cambio de tema hacia donde ambos deseaban llegar, tenían más puntos en común de los que inicialmente creía. Tras un intercambio de conocimientos sobre las diferentes formas de conseguir que un estudioso de arte y un transportista consiguiesen un punto de fusión, algo que es más de ciencias, y un estudio más propio de biología de que una clase de arte el muchacho se dio cuenta de lo entretenido que se podía hacer el viaje no sólo de Zaragoza a Madrid sino de cualquier sitio a cualquier otro ya que el transportista le dijo donde podía encontrar esos puntos calientes, parques temáticos que llamaba él, y desde ese momento Alejandro, el estudioso del arte, decidió sacar un multipase para no perderse ninguna de las atracciones.
Se Alejandro que vas a leer esto, con un poco de retraso lo sé, pero ves como al final yo era el que decía y tu, que no te lo creías, descubriste esa mañana de octubre el mundo llamado cruissing convirtiéndote en un practicante.
jueves, 23 de abril de 2009
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