jueves, 4 de febrero de 2010

La ciudad siempre es la ciudad

En un lugar de la España rural, allí donde casi no pasa un coche y mucho menos un camión, donde para poder adquirir alimentos la forma más sencilla es ir al huerto o a la cuadra, vive nuestro protagonista de hoy, podemos llamarle Enrique siendo este nombre meramente indicativo y para nada aproximado a la realidad. Pues bien Enrique era un mozo de 42 años cuya vida había transcurrido entre aperos de labranza y fiestas populares, sabedor de sus inclinaciones sexuales sus relaciones físicas con otros seres humanos se habían ceñido a la Ángela, mujer no pública de la aldea de al lado, pero que había sido beneficiada por todos los paisanos de la comarca y a los intercambios de fluidos que realiza con mucha más asiduidad de la que él pensaba y menor de la que realmente deseaba, con el practicante que iba dos veces por semana a su casa para inyectar a su madre la medicina que la mantuvo con vida hasta hacía dos años. Su relación comenzó de una forma casual, como comienzan todas, cuando el practicante, en una de sus visitas semanales, le encontró saliendo de la ducha con una microtoalla que más que insinuar mostraba claramente aquello que Enrique siempre comparaba con la de los animales y creía que era pequeño, pero para el practicante era lo suficientemente grande y atractivo como para jugársela a un ligero manotazo que hizo que el trozo de tela cayese permitiéndole acudir a recogerlo y sin querer rozar lo que para Enrique era pequeño. De ese roce a los dos polvos por semana, alguno más en la época en que su madre empeoró, sólo transcurrió el tiempo necesario para que la sangre llenará el pene de Enrique dándole la suficiente tensión para que el practicante pudiese jugar con ella de la forma que él sabía.
Pero en el verano del año pasado llegaron unos modernos de la capital, demasiado modernos para casi todo el mundo, y Enrique estaba una tarde sentado en la fuente del pueblo cuando escuchó a dos de los modernos preguntarse si habría mucha distancia hasta el área de la autovía para hacer un poco de cruising. Dada la apariencia de los mozos Enrique intuyó que lo del cruising tenía algo que ver con lo que él hacía con el practicante y almacenó la palabra en su mente a fuego de forma que no se le olvidara. Desconocedor de su significado y motivado por las cada vez más espaciadas visitas del practicante siguiendo el consejo del maestro de la escuela pensó que la mejor forma de conocer el verdadero significado de la palabreja, que si algo sabía es que no provenía de la lengua de Cervantes, era acudir a un sitio de esos que tienen muchos libros y preguntarle al dependiente para que le indicara sobre cual era el que mejor información, y más detallada, tenía sobre la misma. Cierto es que en el pueblo estaba el ingeniero de montes que pasaba una vez por semana y, como persona culta, seguramente sabría el significado de la palabra, pero temiendo que preguntar por ello pudiera desvelar el verdadero motivo por el que dejo de salir con la Angelines, moza casadera del pueblo que estaba destinada a ser la madre de sus hijos mayormente por ser los dos los únicos casaderos del pueblo, decidió que ya que tenía que acudir a la capital para llevar los papeles de la subvención de la leche se acercaría a alguna tienda de libros para comprar uno sobre el tema.
El 25 de enero del presente a las siete treinta y cinco de la mañana subió Enrique con la carpeta de la subvención al autobús del Alsa con destino a la capital, tras dos horas y media de viaje llegó a su destino. Tras el café de rigor en el bar de la estación de autobuses se dirigió hacia la sección dos de la consejería de agricultura y ganadería, sita en una céntrica calle justamente enfrente de ese centro comercial que tiene las letras verdes y que tanto sale en la televisión. Entró en la susodicha sección dos y entregó los papeles de la subvención entregándole un maromo con una boca llena de dientes la correspondiente copia sellada de la misma. La primera parte del viaje estaba correctamente finalizada, en ese momento se dio cuenta que en siempre le habían dicho que en El Corte Inglés tenían de todo así que qué mejor lugar para preguntar por un libro sobre cruising, pensado y hecho, entró al centro comercial y justamente a la derecha se encontraba el departamento de librería donde se encontró con dos amables señoritas y un trajeado mancebo, no de farmacia precisamente, de unos treinta y muchos. Pensando que no le conocía y que nunca le iba a volver a ver se armó de valor, aunque no necesitaba mucho ya que era mayor su curiosidad, y se dirigió al trajeado empleado de El Corte inglés, sección librería y tras el saludo de cortesía le preguntó si tenían algún libro que explicase o tratase el tema del cruising. El empleado, todo un profesional que había realizado con destacada pericia todos los cursos impartidos por la empresa de trato al cliente y de cómo siempre había que satisfacer al mismo, sin inmutarse y con una sonrisa propia de un anuncio de almorranas tras la aplicación de la correspondiente crema le dijo a Enrique: “ Es tan amable de seguirme”. Enrique, aliviado por los conocimientos que los empleados tienen sobre estos temas modernos, sonrió y siguió al trajeado empleado. Sorprendentemente se alejaban de la sección de librería y Enrique pensó que estaría en alguna otra sección más específica que tratase temas más actuales. Se dirigieron al ascensor y el empleado presionó la tecla del tercer piso, la ascensión se vio envuelta por la tensión provocada por el desconocimiento de Enrique primero de hacia dónde se dirigían y en segundo lugar por la ansiedad de conocimiento. Ding Dong Tercera planta, se abren las puertas del ascensor y aparece la planta de Señoras, marujas en plenas rebajas a la búsqueda de saldos, el empleado, con la misma sonrisa que tenía desde el primer momento le indicó amablemente que le siguiera. Pasaron por las marcas de moda, por los abrigos, las gabardinas un cacho de zapatería y finalmente llegaron a los servicios siendo en eso momento cuando el empleado trajeado perfectamente preparado en técnicas de atención al cliente le indica que lo único que tienen en El Corte Inglés sobre cruising se encuentra en el interior del aseo de caballeros. Sorprendido Enrique, le da las gracias y, como es sabido que la curiosidad mató al gato, se dispone a entrar al aseo de caballeros de la plante de señoras de El Corte Inglés de la capital, tras traspasar las dos puertas de rigor, cosa que a día de hoy no ha entendido muy bien el porqué hay dos puertas para entrar al aseo, apareció ante él el aseo típico de esa cadena comercial, porque realmente parecen todos hechos a escuadra y cartabón, y al fondo, en donde se encuentran siempre los urinarios estaba un paisano orinando que al verle entrar se separó de la pared dejando a la vista de Enrique una hermosa polla. Lo que sucedió después digamos que fue cosa del instinto. Cierto es que no sabe aún muy bien que significa cruising, pero de momento sabe que tiene algo que ver con lo que él hacía, hace, con el practicante, sólo que en una forma más de ciudad. Por supuesto no obtuvo la suficiente confianza para preguntarle al dueño de la polla que le ayudó a entender mínimamente lo que significa cruising ya que tras el tremendo polvo que se echaron la polla, perdón el dueño de la polla, salió a la velocidad de la luz ya que le estaba esperando su esposa.

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